Superdotados y bajo rendimiento escolar
A los tres años, Iván hacía perfectamente su cama y le ponía el desayuno a sus padres, pero jugaba solo en el colegio. A los siete, dividía, multiplicaba y sacaba decimales de cabeza, mientras sus amigos jugaban al fútbol o al baloncesto. El pasado mes de mayo, su madre, aconsejada por varios psicólogos, le inscribió en clases de ajedrez. Quince días después ganaba su primer torneo. Ahora, a los ocho años se prepara para competir en el campeonato de Toledo mientras estudia Tercero y Cuarto de Primaria en un centro concertado de Talavera de la Reina. Sus padres comenzaron a preocuparse cuando vieron que Iván perdía el hábito de estudio, se aburría y no se relacionaba con el resto de los niños de su edad. «Era muy inteligente, por eso no entendíamos que no fuera expresivo o que se aburriera», explica su madre, María Teresa Iglesias. «Pero, lo que en principio fue un motivo de satisfacción, se convirtió en una pesadilla por la falta de atención que existe para estos niños. Hay recursos para los niños con deficiencias, pero muy pocos para los superdotados».
Iván, que tiene un coeficiente intelectual de 160 puntos es un claro ejemplo de niño superdotado: no les gustan los deportes de mayorías; sus aficiones preferidas son la lectura, el dibujo o hacer puzzles; se relacionan mejor con niños más pequeños o más mayores; suelen ser desobedientes, vulnerables al fracaso y al rechazo de sus compañeros.
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